1
Húmeda es la mañana
en los campos de otoño;
mas, para mis viejos propósitos,
siempre es primavera.
Como el sol, se estrellan,
una y otra vez
contra la dura roca.
Meditabundo,
corro discretamente el visillo.
2
Al atardecer,
se ha convertido en barrizal
el quebrado camino.
Quiere rodar mi alma,
travieso diablillo,
en busca de la primavera.
Ya de vuelta,
fuertes ráfagas de viento.
¡Pobres tejados!
3
A mi bufanda
llevo atados los años;
poderosa cascada,
se derrama sobre mí el pasado.
¿Qué volcán calentó
aquellos lejanos días?
¡Gotas de rocío
sobre la zarza,
agudas púas
entre las tiernas hojas!
4
Por un instante,
pasó ante mis ojos
una velada nube de nostalgia;
vestía las alas
de una gris mariposa.
Luego, salí a la calle;
en las escalinatas del templo
tomé un rico tazón
de jugosas fresas.
¡…Y recobré el ánimo,
paladeando el sabor
denso y dulzón de su roja pulpa,
con el osado contrapunto
de unas pequeñas gotas de acidez!
5
En la oscura noche
hay reflejos de plata.
A través de las nubes, la luna
apenas se percibe.
Volando,
una bandada de patos
da al grisáceo cielo
un sentido mágico.
6
Tímida,
la luna se despereza.
Con su rosado rostro parece
una flor del ciruelo;
suave brisa la impulsa.
Croando,
la saludan las ranas.
7
Jugando al escondite,
las bellas mariposas
expanden con sus alas
el intenso perfume de la noche.
Aparente quietud.
¡No es posible ver nada…!
Tan sólo las peonías
saben la verdad.
8
¡Arce blanco, rojo ciruelo, amarillas flores…!
Todo es negro en la noche,
devoradora de montes.
Hasta la perla
de la luna se oscurece.
La negrura, tan fresca, parece
la sombra de un frondoso roble.
Gotas de rocío en la madrugada.
Rosado amanecer… ¡bello preludio!