
En mis desiertos prados crecen ortigas
que con sus malvas me acarician.
¿Cómo podrás dilucidar, alma mía,
si tu entendimiento está plagado
de crueles espinas?
Pasó el momento de pensar.
¡Verdad, ya no te necesito!
¡Ah, desgraciadas horas
en que rendí culto a la falacia!