
¡Ay, el síndrome de una vida perdida,
de esas frágiles luces que de lo grave huyen,
de esa creatividad que yace arrinconada,
de esa soberbia de los hechos
cuyos cósmicos rayos
se abrieron un hueco
entre mis decadentes hábitos
atravesando, incólumes, el frío patíbulo
de una banal resignación!
Ante un patético cadalso me inclino.
Mi prisma se ha cubierto de tinieblas,
mi alma no se rinde
ante la ingravidez del cosmos,
ni ante lo oscuro del mundo…
Hierve mi vida
tras un espejo de infinito.