
¿Qué prócer del petróleo
osaría confesarnos
su avara ideología?
Negra es su culpa,
y también es culpable
de corromper los ríos…
Toda lucha es un baile
cuyo ritmo nos mata.
El amor a otra alma
nada sabe de juegos,
devora nuestros jugos
y, luego, vomita sangre.
¡Bailemos al ocaso,
cenemos bien caliente
y salgamos, disfrazados,
a pasear por el pueblo,
recojamos la savia
que derramó el invierno
y untemos nuestra piel
con pringosos ungüentos!
Los ángeles observan.
Oigo sus risas,
risas que escucho, esperando a la muerte,
mientras me nutro con la sagrada esencia
de mi propia pereza, con la fuerza
de mi ciega razón.
Preñados de locura,
los caminos se alejan
hasta perderse en las nubes.
El poder no da tregua;
entre la niebla gime
el final de otro imperio.