
¡Hay que tener agallas
para emular ese absorto perfil
que se recrea en la contemplación de los cielos!
A su izquierda, un temblor de manzanas;
a su derecha, risas de los ingenuos.
Sin extremismos, con mirada inocente,
ofrece al viento su difuso perfil;
desenfadado, tranquilo, con queda voz
le canta a la vida desbrozando melancólicos versos.
Tiene andar de buhonero,
ojos preñados de luces,
quiere vender la mercancía
que nunca tuvo.
¡Ay, su espalda doblada y llena de golpes,
su lengua acorralada,
su vida partida,
arrimado a la vergüenza,
arrinconado contra la pared,
acuartelado entre sórdidos muros,
escondido entre las sombras
para evitar ser ajusticiado,
cómo disfruta de su soledad
aguardando a que el segundero
de su viejo reloj le desvele su destino!
Tras una vida cruelmente sometida
a la violencia de salvajes fuerzas,
vilmente golpeado por vanas esperanzas,
lavó sus culpas en cristalinas
y torrentosas aguas. Del sinsentido
de hueras ideologías, envalentonadas
por los brillos de un misterioso lucero,
nacieron millones de engañosas preguntas
que hasta su corazón volaron ávidas
de devorar su grano, sedientas
de emborracharse con su historia…
Un sagrado silencio
fue roto por falsas promesas
cuya única misión
era contagiarle el desencanto
y ensordecer sus oídos
con desalmados gritos.
Todo bohemio se refugia en su choza.
Todo culpable se esconde en su rancho.
Toda farsa se adueña de un orbe.
Todo fantasma se pavonea de su ajena victoria.
Todo hastío se sacia en su banquete.
Todo marginado sueña unos cielos.
Toda vergüenza busca una cueva donde esconder sus armas.
Todo derrotado construye su propio universo de asedio y sufrimiento.
Hay que tener agallas,
una y otra vez y por siempre,
para resucitar y rearmarse y recomponerse
y enfrentarse a los gritos de los endemoniados…
¡o perecer en el intento!