
¡Emoción que me circundas,
que careces de realidad, de diafanidad,
es tan grande tu ausencia,
tu capacidad de privación,
que ya no veo la esencia,
ni percibo el significado
de la caótica sopa que me rodea!
¡Ya no distingo al hombre
entre la confusión de los eventos,
entre la vaguedad de los tonos,
no percibo la calidez de los tiempos,
ni concibo armonía
en el alma del subsuelo,
no hay universo, ni fenómenos,
sólo notas e inventos
en el ayer de mis raíces,
no hay tiempo ni significado,
tan sólo llagas en mis pies
cansados de vagar por el mundo!
¿Qué reflejan mis pensamientos,
sino el latido de una inquisidora distancia
en un mañana discontinuo y alejado
de esos lóbregos espacios humanos?
La confusa realidad del tiempo,
de las cosas,
sus insólitas apariencias,
inciden en el ahora, en el aquí,
y nos arrastran con sus enormes olas.
La suerte es una forma,
y hasta el espacio es ilusorio;
la invención de las figuras
es un antojo del tiempo.
En secreto trasfondo, más allá de la orilla,
voy apilando todo lo aprendido,
lo que me reveló mi loca razón,
ese extraño fenómeno,
lleno de sombras y de espacios,
sin causas ni figuras,
sin presencia ni ilusión,
sin efecto ni resultado alguno
que colme mis emociones.
¡Ay, mente en calma,
que mantienes cerrados los ojos
ante toda reacción aprendida,
cómo conquistas la realidad
con la única arma
de tu divina inacción!