MIS BRAZOS


Mis brazos
apenas pueden levantar
el pesado escudo,
mientras cruzo los viejos
senderos con pies nuevos.
 
Mis manos
a duras penas pueden sostener
la acerada lanza con más fuerza
que la de cualquier otro villano,
con más honor
que la de cualquier otro príncipe.
 
Con mis cansados brazos,
con mis rugosas manos,
sembré un rosal en la tierra
cuyo aroma llevó el viento
hasta una lejana colina.
Ingenua, al calor de arreboladas nubes,
nació una flor de ligero perfume.
Con profundo anhelo,
en lo alto de la cima,
cultivé aquella rosa
que dejó en mis manos
profundas espinas…
 
¡Que no se acostumbre nadie
a andar los mismos caminos,
ni a sentir el mismo tacto,
ni a vivir el mismo cielo,
ni a hilar el mismo argumento!
¡Ejerced, sin farsa, vuestro noble oficio,
como lo hace la pluma del poeta
o la pala del sepulturero!
 
Sobre marmórea losa
canta mi triste nombre
sus viejos recuerdos.
Aquella vida,
por la que agitadamente marché,
le dijo a los pueblos su eterna canción,
dejó por las sendas sus cansadas huellas.
 
¡Pero los muertos no rezan,
ni los aromas del huerto
pueden llorar al jardinero!
Bajo la piel de mi alma
duerme un canto de justicia,
palpita el corazón de los pueblos,
fluye el humor de agrestes campos,
late un eterno sufrimiento, ¡oh, infinito nocturno!:
el despiadado sufrimiento
que nubla las entrañas
de los humanos tormentos.

3 comentarios sobre “MIS BRAZOS

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