HERIDA


¡Qué herida,
qué herida dejó el eco de haber vivido
muriendo en nuestros actos!
¡Qué lúcido el instante
en que aguardé esa voz
que llegó sin llamar,
que sin pensar vibraba,
que en toda boca estaba:
en el vacío, en la ausencia,
en el roce de las sombras,
en esos montes que conturba el viento,
en el incendio de la definitiva prueba,
en el caótico final que traspasa mi fondo,
que completa mi hueco,
que alienta mi contacto,
que deshace mis sueños
y derrumba los troncos
en que descansarán mis manos…!
 
Tiene la vida un sabor fuerte, recio,
más y más perceptible conforme avanza la noche.
Tiene el cielo,
en su más alejado cuadrante,
algo que me desconcierta.
En mi alcoba, apenas queda tacto
-salvo el ardor de la palabra-
para sentir las partes que conforman
la luz de mi existencia.
 
Mundos ignorados,
secretas salivas,
por el misterioso abrazo
de unos silencios recién cortados
se plantan ante mi vista,
se agitan cual oscuro soplo,  
convirtiendo mi suerte
en un espeluznante nudo
de sabor transparente, sereno,
reconfortante, amoroso,
aunque algo agrio…,  ¡y muy puro!
 
Apasionados gozos
se vierten sobre mi alma
traspasándola con sus finas agujas,
sombrías ausencias
hacen de mi sangre un solitario desierto,
frenéticas presencias
de mi espíritu se adueñan…
¡Apenas sé si estoy despierto!
 
La vida me acaricia,
recorre mi materia
que cabe, toda, en el agua
de una conciencia verdadera,
en el mudo espacio de mis sueños,
en aquel pacto de diamante
que vio crecer mi fuego,
en el espasmo del gigante colapso,
en la inefable nada de la nube suprema,
en el imprevisto misterio de la muerte,
de la agonía delirante,
de un cuerpo que alucina
con esos ojos cargados de angustia,
de inabarcable angustia…
 
Me veo por los caminos,
marchando a todas partes,
sin concebir la forma
de un tiempo fugitivo,
de un espacio sin velos
que hace vibrar sus inclementes notas.
 
Para mis ojos,
la tierra en nada cambia,
el aire siempre tiene
la misma envoltura.
¡Querría encontrar el modo de expresar
los más secretos pensamientos…!
Si el tiempo me da aliento,
sería tu goce mi más arcana delicia,
fenecería el temor
y mi vida sería cada vez más profunda.
 
En vano me amenazan
esas oscuras presencias.
La mejor suerte me espera y, al final,
mi vista podrá acariciar
el goce de trascendentes mundos
sin absurdas tardanzas,
sin prosaicos olores,
con la sola esperanza
de que un divino reloj marque la hora
en que el espacio se ponga en marcha y me empuje
hasta el borde con decididos pasos.
 

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