
La noche se consuma en un reflejo
de rojos borboteos que van forjando
destellos sobre el magma.
Junto al hervor sagrado de la sangre,
el brillar de las hachas.
Somos informes vísceras,
inacabados versos,
niños perdidos en candentes desiertos
de temblorosas manos
que apenas sienten latir sus corazones.
Como erráticos ejes nuestras hojas transpiran;
desde su inane fondo, ¡ay, lamentos del aire!,
nuestras luces más hondas, sedientas, se alimentan
de telúricos átomos.
Una máscara de insolentes facciones
llegada del pasado, entre agónicos ecos,
agita mis recuerdos.
La sordidez del lodo
se refugió en mi lecho.