
¿Qué podría yo decir
de las tierras que he visto?
Momentos percibí ahítos de duelo,
voces fuera del tiempo,
estresantes quejidos…
Bebí en ellas, desde mi azaroso nacimiento,
toda clase de pócimas
mezcladas con vaporosas ansiedades:
la veleidad del incienso,
la desidia de unos mares,
las agobiantes y pobladas ágoras,
la dura corteza de la soledad,
el ahogado respiro
de los nobles afectos que partieron, precoces,
por solitarias cimas sin apenas oxígeno.
Sin embargo, hasta aquí llegué… ¡y sigo vivo!
Todo fluye hacia el más absoluto abandono,
todo acaba en un implacable desierto.
De nada sirve el aire
para calmar esta memoria irreversible.
Mi corazón, caliente, se pregunta:
¿aún palpito?,
¿hay futuro en la sangre que me nutre?
Los sublimes deshechos de un nido irremediable
se derraman en un pozo de insólitas presencias,
de una exhausta alegría contaminada
por banales argumentos.
Honda tristeza hace latir mis desafíos,
lo incierto me acompaña,
¡ya escucho mis tormentas…!
Mi espíritu, insumiso,
es amigo del delicado ensueño
que me invita a proyectos imposibles.