1
Presta al agua su azul
la flor de asagao.
Vuelan las grullas
rivalizando con las nubes.
Allá, en lo alto, silba el viento;
se refleja, sereno, el otoño,
en lo hondo del pozo.
2
Vuelan los mirlos
de rama en rama;
yo también voy
de aquí para allá.
Un enjambre de mosquitos
me rodea en el viejo puente.
Despacio,
sus secretos me dice,
confiado, el arroyuelo.
3
Sobre el río, caudaloso,
brilla el sol con soberbia;
por entre las verdes hojas,
pequeñas islas de luz.
Corre un rápido arroyo
entre los helechos;
lloran las piedras.
Anhelando su tumba
vuela, seca, una rama.
4
Llega un fuerte aguacero
desde el oeste.
Los gorriones
se esconden tras las hojas.
El humilde riachuelo,
crecido ante las yerbas.
5
Ruge el agua,
silba el viento,
se doblan los bambúes;
la fuerza del chubasco
humilla a las peonías.
¡Sus rojos pétalos
a los pies del relámpago…!
A todo pone fin
un hondo trueno.
6
Luce el invierno sus mejores barbas;
blancas y largas barbas
de honorable abuelo, muy entrado
en años.
Con su débil luz,
quiere el sol besar a la mañana que,
bajo la fría escarcha,
parece una doncella en ropa interior.
¡Pero no puede…!
Porque el invierno teje densas nubes
con sus grises
y desmelenados cabellos.
7
¡Llegó el invierno hasta la aldea!
Su cuerpo es una nube;
su alma, cálida,
como el rítmico crepitar
de una hoguera.
Sobre las frías espinas de las zarzas,
se tiende el algodón
de la nieve.
8
Navegando en mi barca,
entre la escarcha, huelo
el frío aroma del invierno.
No veo una flor
en muchas leguas.
Solo, en la tarde,
surco el estrecho cauce
apartando las zarzas.